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Cómo influye la infancia de los padres en la crianza de los hijos

Los expertos destacan la importancia de sanar las heridas y los traumas del pasado como primer paso para ofrecer a los niños y adolescentes una educación más respetuosa que se exprese tanto con el lenguaje verbal como con el corporal.


“Yo nunca trataré así a mis hijos, nos grita a menudo a Agnar a Olaf y a mí cuando se enfada. Yo nunca seré tan injusto. ¡Intentaré entender a mis hijos! Me duele cuando me lo dice, sobre todo porque sé que yo pensaba lo mismo a su edad, y también mucho más tarde.


Puede que aún lo haga, pero ahora compruebo que es imposible”, reflexiona Liv, una de las protagonistas de Una familia moderna, la novela de la autora noruega Helga Flatland publicada este 2024 en España por Nórdica con traducción de Ana Flecha Marco. ¿Quién no ha pensado lo mismo alguna vez respecto a sus padres? ¿A quién no le ha dicho algo parecido alguno de sus hijos? Luego, como deja entrever Liv, unos y otros se ven repitiendo de forma inconsciente con sus hijos muchas de las actitudes y comportamientos que despreciaban de sus padres, como si la crianza recibida dejase una marca genética que determinase la manera en que esa persona va a criar.


“La forma en que nos criaron marca de forma irremediable el funcionamiento de nuestro cerebro y de nuestro sistema nervioso. Va más allá incluso de lo que hacemos o no, porque luego hay padres que incluso intentan hacer lo contrario que hicieron los suyos; pero hay todo un funcionamiento neurofisiológico que depende de cómo nos criaron y que ocurre de forma irremediable. Eso, unido al aprendizaje por observación y por modelaje, hace que muchas veces repitamos con nuestros hijos los mismos comportamientos de nuestros padres, aunque no queramos”, señala Beatriz Cazurro, psicoterapeuta y autora de Los niños que fuimos, los padres que somos (Planeta, 2022).


Su opinión la comparte la divulgadora científica italiana Maria Beatrice Alonzi, que acaba de publicar en España Tú no eres tus padres (Kitsune Books, 2024), un best seller en Italia con más de 250.000 ejemplares vendidos. Alonzi habla de “trauma intergeneracional”, una forma traumática de educar y criar que, al no implicar necesariamente experiencias muy fuertes (no hay abuso sexual, no hay violencia física), se traspasa de generación en generación sin que muchas veces se sea consciente de ello.


“Como no se resuelven los aspectos traumáticos del pasado, muchas personas se encuentran en dinámicas de comportamiento presentes que van en contra de lo que piensan y de lo que quieren hacer, tanto como personas como en su faceta de padres. Muchos, incluso perciben que algo dentro de ellos actúa como si estuviera fuera de su control”, explica.


Lo observa en consulta Beatriz Cazurro, que señala que atiende a muchas mujeres (ellas son mayoritariamente las que acuden) aferradas a pautas de crianza que han leído en un libro o en un blog por el miedo a repetir lo que hicieron sus padres: “Las pautas están muy bien porque nos ayudan a entender hacia dónde debemos ir, pero si las llevamos a cabo rígidamente y desconectados de nosotros mismos, por puro control o desde el miedo más absoluto, tampoco tienen sentido”, explica la psicoterapeuta, que cuenta que muchas veces, en consulta y en la calle, ve a madres y padres que se dirigen a sus hijos con palabras muy buenas, pero con un lenguaje corporal que expresa justo lo contrario que esas palabras: “Y al final a los niños lo que les llega, más que la pauta, es eso: cómo nos ven, cómo nos notan, por lo que está siendo muy confuso para ellos”.


Escapar de la herencia

“Somos una generación altamente traumatizada, aunque no seamos conscientes de ello. Como no queremos hacernos cargo de nuestros traumas, los perpetuamos de generación en generación”, escribe el psicoterapeuta Rafa Guerrero en las páginas de su último libro, Trauma: niños traumatizados, adultos con problemas (Libros Cúpula, 2024).


En ellas, Guerrero explica su propio trauma de infancia, marcado por el abandono emocional de sus progenitores. “Creo que socialmente hay menos tabú a la hora de hablar del abuso sexual, del maltrato físico, de los insultos o de cosas así, que son mucho más visibles. Pero, por ejemplo, el no haber tenido un soporte emocional, que creo que es una cosa bastante común en la generación de aquellos que crecimos en los años ochenta y noventa, está mucho menos visibilizado y cuesta mucho entenderlo, aunque deje un impacto muy grande. Es como que, si todo lo logístico ha estado cubierto, esa no atención emocional parece secundaria. Y no es así”, argumenta Cazurro.


Para escapar de esa herencia traumática e intentar no seguir legándola a las siguientes generaciones, Maria Beatrice Alonzi destaca la importancia de tomar conciencia de cómo se funciona en el día a día, poniendo especial atención a aquellas cosas que activan o hacen perder los papeles, especialmente en la relación con los hijos. Cuando sucede algo inesperado, ¿cómo me comporto? ¿Me adapto o reacciono con rigidez? Cuando algo estropea mis planes, ¿me enfado? ¿La tristeza me abruma? ¿Pierdo el control o permanezco tranquilo y entiendo cómo actuar? En las relaciones, cuando surge un conflicto, ¿soy capaz de mantener mi autorregulación emocional o me descontrolo completamente y pierdo los papeles? “Una vez observado nuestro modo de comportarnos, si siempre perdemos los papeles en las mismas situaciones y repetimos nuestros patrones de comportamiento, debemos saber que hay cosas que nos están limitando y constriñendo; y tenemos el derecho de pedir ayuda a la única persona que puede ayudarnos: el psicoterapeuta”, afirma.


El camino de escapada, confirma Cazurro, no pasa por empollarse libros de crianza o seguir a rajatabla los 10 consejos de la experta de moda, sino que es “mucho más corporal, de ir acercándonos a nosotros mismos de otra manera, de comprendernos desde otro sitio.


A veces no es tanto lo que hacemos como cómo estamos cuando lo hacemos. Se puede escapar de ello, por supuesto, pero no es algo rápido ni fácil. Requiere un compromiso y es a veces un trabajo duro y que duele”.


Ese esfuerzo de sanación, coinciden las expertas, merece la pena. “Vamos a detener un ciclo de dolor e infelicidad que se prolonga por generaciones. Y les vamos a dar nuestros hijos la oportunidad de convertirse en mejores ciudadanos, mejores amigos, mejores amantes, en personas capaces de comprenderse a sí mismas y, por ende, a los demás”, sostiene Alonzi.


“Es muy necesario que los adultos nos hagamos cargo de nuestros traumas y heridas emocionales no resueltas en nuestra infancia y adolescencia para encarar la maternidad o paternidad de manera sana, respetuosa y segura”, escribe Guerrero. Y en ese hacerse cargo de los traumas y detener el ciclo de dolor, Cazurro ve una inversión para el futuro de los niños y las niñas: “Todo lo que sea ofrecerles un sitio seguro y más seguridad en ellos mismos es una inversión en su vida. Si los niños están bien con ellos mismos, todo en su vida va a ir mejor”.

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