Es prácticamente seguro que el Gobierno intente ganar tiempo deprimiendo la moneda nacional, con la esperanza de así generar el ansiado encadenamiento público-privado, pero fracasará.
El diferencial entre el valor oficial del peso cubano y su valoración en el mercado libre está creciendo tanto y tan rápidamente, que se hace extraño que el Gobierno aún no lo haya intervenido —probablemente porque no sabe cómo—, pues esa brecha implica que en el país subsisten dos economías paralelas pero autónomas entre sí: una de mercado orientada por oferta y demanda, y otra estatal dirigida centralmente.
Cuando el Gobierno permitió la existencia de empresas privadas, además de burlar al embargo y manufacturar una élite económica ligada al sistema, quería fomentar un nexo —"encadenamiento" en términos castristas— entre la inversión privada y el sector estatal, de forma que lo privado, como proveedor y cliente de lo estatal, fuese revulsivo y soporte de esas empresas "propiedad de todo el pueblo", pero que solo el castrismo maneja.
Sin embargo, tal encadenamiento se ha hecho imposible cuando estatales y privados trabajan con una moneda que, aunque nominalmente sea la misma (peso cubano) tiene efectos contablemente muy distintos para cada sector, prácticamente imposibilitando su interrelación. A ningún privado le conviene recibir de las empresas estatales pesos cubanos sobrevaluados desde el punto de vista oficial, y la mayoría de las empresas del Gobierno no pueden pagar los precios del sector privado, expresados en pesos devaluados en el mercado libre un 180% con respecto al tipo de cambio oficial de 120 por dólar.
Es de urgencia política para el hipercontrolador totalitarismo castrista reducir ese diferencial cambiario para poder controlar más y mejor al sector privado, subordinándolo, como siempre ha sido su intención, a las necesidades e intereses del Gobierno.
Pero no hay manera de recuperar el valor del peso mientras una economía nacional más productiva no invierta la balanza comercial y, a la vez, genere bienes y servicios denominados en la moneda local, algo imposible sin una fuertísima inversión extranjera que, evidentemente, no llegará bajo las condiciones políticas actuales; con lo que, después de tantas reformas cosméticas que no han cambiado el núcleo fallido del sistema, en el arsenal del Ministerio de Economía parece ir solo quedando emprender una fortísima devaluación del peso.
Por lo tanto, puede esperarse que en la ya anunciada venidera reforma del mercado cambiario se incluya una devaluación de al menos un 200% de la moneda nacional, reconociéndose así, oficialmente, que el peso que alguna vez costó más que la moneda norteamericana valdría hoy apenas 0.003 centavos de dólar, llevándolo a un tipo de cambio de 360x1.
Evidentemente, tal devaluación estaría, de un solo planazo, llevándose otros dos tercios del poder adquisitivo de los salarios y pensiones de los cubanos. Pero, ¿tiene acaso el castrismo otra manera de mantener a flote las empresas estatales y su sistema que no sea la de pagar salarios cada vez más insignificantes?
Acaba de anunciar la prensa propagandista del régimen que hay "solo" 370 empresas estatales en pérdida, todo un récord positivo teniendo en cuenta que en otros momentos se han superado las 500 empresas estatales en números rojos. Pero, ¿cómo se entiende esa mejoría sin que haya habido una fuerte inversión, sin aumentos de productividad, con importaciones de materias primas y bienes intermedios en mínimos históricos, y cuando, por no haber, no hay ni electricidad? Pues solo puede explicarse mediante la reducción constante de salarios y pensiones reales. Hoy por hoy, la inflación es la mejor aliada del sistema socialista cubano.
Sin muchas más opciones, es prácticamente seguro que el Gobierno intente ganar tiempo deprimiendo oficialmente la moneda nacional, sin perder la esperanza de así generar ese ansiado encadenamiento público-privado en el que parece confiar para hacer más productivas las empresas estatales.
Pero fracasará, porque los ajustes monetarios quedan en efímero maquillaje cuando no se acompañan de ajustes en la economía real, ajustes que impulsen la producción de bienes y servicios a tal punto que la depreciación de la moneda —popularmente conocida como inflación— sea compensada por un aumento de la oferta agregada y de —muy importante— confianza en el futuro del país… pero confianza y castrismo se han convertido en antónimos.
En Cuba, a estas alturas, una mejoría de la economía real, la productiva, depende más que de medidas económicas de medidas políticas que, lamentablemente, el castrismo no está dispuesto a acometer porque su prioridad ha sido, es y será, mantener el poder a cualquier costo, incluso al de estrangular la Isla a golpe de más miseria, emigración y muerte, que es lo único que lograrán devaluando un peso tan inútil como el Gobierno que le respalda.
Comentarios